No sabemos muy bien qué es el Espíritu Santo, pero nos habla de
una presencia que no viene de nosotros mismos, aunque llegue a habitarnos. De
algo que pone Dios y no nosotros. De una presencia que nos sobrepasa, pero que
nos habita y nos mueve.
Eso que no sabemos definir y que, unas veces, toma la forma de
consuelo, otras de luz, otras de aumento de fe, de esperanza o de ganas de amar
mejor. El Espíritu Santo no es tanto para hablar sobre él sino para dejarle
hablar a él, para dejarnos conducir, empujar, guiar, por él. Que ésta sea la
súplica y el don que el Resucitado vaya dando a nuestra vida.
“Tú te
has ido. Con la primavera.
Pero aún nos guía tu Presencia ausente, Cristo,
por el camino de la esperanza, verde.
Hacia el maduro Otoño y la Vendimia...
Tú te has ido, pero refloreces en nosotros
¡oh Vid cosechada y perenne!
En nosotros que vamos — y Tú vienes —
bajo el estío del Amor por el camino luminoso y verde...”
Pero aún nos guía tu Presencia ausente, Cristo,
por el camino de la esperanza, verde.
Hacia el maduro Otoño y la Vendimia...
Tú te has ido, pero refloreces en nosotros
¡oh Vid cosechada y perenne!
En nosotros que vamos — y Tú vienes —
bajo el estío del Amor por el camino luminoso y verde...”
Pedro
Casaldáliga.