Somos muy pequeños: cuando caemos una y mil veces en lo mismo,
cuando no podemos, no sabemos, no somos capaces, cuando aparece ese lado
nuestro que no nos gusta, pero que tampoco gusta a los otros. Ese lugar donde
de verdad somos pobres es un lugar privilegiado para
agradecer, porque ahí encontramos nuestro sitio real. Y aceptar nuestro sitio real puede ser fuente
de una libertad inusitada. Cada día liberarnos de nuestra fachada, cada día,
liberarnos de tener que acertar, cada día hacer lo que podamos, dejando todo en
manos de Dios. Cada vez más libres, podemos ir optando por lo pequeño, por lo
sencillo, por lo que no brilla; cada vez más libres, nos sentiremos más cerca
de los últimos y podremos hacer una opción real con ellos.
Un día que atravesaba por la heredad de un campesino que estaba
trabajando en ella, corrió este hacia el santo y le preguntó con vivo interés
si era él el hermano Francisco. Al responder Francisco con humildad que sí, le
dijo el campesino: «Procura ser tan bueno como dicen todos que eres, pues son
muchos los que tienen puesta su confianza en ti. Por lo cual te aconsejo que
nunca te comportes contrariamente a lo que se dice de ti».
Francisco, al oír esto, se postró delante del campesino, le besó
humildemente los pies y le dio gracias por el favor que le hacía con la
advertencia. Pues a pesar de que muchos lo tenían por santo, él se juzgaba vil
a los ojos de Dios y de los hombres.
(De la Vida segunda de Celano,103:142)