San Buenaventura en su descripción de los estados místicos
menciona la “embriaguez”, que consiste “en
amar tanto a Dios y con un amor tan grande que (el alma) se goza y busca
sufrimientos por amor de Aquel al que ama”.
“Me
sé de memoria a Cristo, pobre y crucificado”… De los escritos, de su Oficio
de la Pasión y de las oraciones de Francisco, surge este ardiente deseo de
configurarse a Jesús.
Celano dirá: “Bien lo saben los hermanos que convivieron con él: que a diario, que
de continuo, traía en sus labios la conversación sobre Jesús: que dulce y suave
era su diálogo; qué coloquio más tierno y amoroso mantenía. De la
abundancia del corazón hablaba su boca… Jesús en el corazón, Jesús en los
labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús
presente siempre en todos sus miembros”… (1 Celano IX 115)
Por eso no resulta ajena a su
itinerario espiritual la plegaria que repetía con insistencia en el Monte
Alvernia.
“Señor mío, Jesucristo, dos gracias
te pido me concedas antes de mi muerte. Que experimente en vida, en el alma y
en el cuerpo, aquel dolor que Tu, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu
acerbísima a Pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida
de lo posible aquel amor sin medida en que Tu, Hijo de Dios, ardías, cuando te
ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores” (Consideraciones
sobre las llagas)
Tanto amó a su amado Jesús que se hizo
como Él… amando en la cruz, obedeciendo
en la cruz, confiando en la cruz, siendo libre en la cruz, siendo pobre en la cruz,…llagas
del amor, de la obediencia, la confianza, la libertad y la pobreza.