«Solía decir: “Comencemos, hermanos, a servir al Señor Dios,
pues hasta ahora escaso o poco es lo que hemos adelantado”. No pensaba haber
llegado aún a la meta. Le hubiera gustado volver a servir a los leprosos, como
en tiempos pasados. Dolíase de que algunos hubieran abandonado sus primeras
obras y hubiesen olvidado la primitiva simplicidad. Por eso se lamentaba de los
que, habiendo aspirado tiempo atrás con toda su alma a cosas más elevadas,
anduvieran vagando, entre frivolidades y vanidades» (1Cel 103-104)
Francisco es consciente de no
haber llegado a la meta, de haber adelantado poco. Pero su deseo sigue vivo:
servir leprosos, practicar con ellos misericordia, ser conducido por el Señor.
Es consciente de haber adelantado poco, pero no pierde de vista la primera
llamada, el primer encuentro, la primera conversión. Sabe que no ha llegado a
la meta, pero se mantiene en camino. Lo que le duele es que se pueda olvidar el fuego primero, que
en vez de saberse en camino se viva vagando, habiendo perdido la confianza de
que el Señor, que un día nos agarró y nos condujo, todavía nos tiene cogidos de
la mano.
No pida yo nunca estar libre de peligro,
sino denuedo para afrontarlos.
No quiera yo que se apaguen mis dolores,
sino que sepa dominarlos mi corazón.
No busque yo amigos
por el campo de batalla de la vida
sino más fuerza en mí.
No anhele yo,
con afán temeroso, ser salvado
sino esperanza de conquistar
paciente, mi libertad.
No sea yo tan cobarde, Señor,
que quiera tu misericordia en mi triunfo,
sino tu mano apretada en mi fracaso.
R.
Tagore