"Entraron
en la casa, vieron al niño con su madre, María, y echándose por tierra, le
adoraron" (Mt 2,11)
Quizás
suene como antiguo eso de “adorar”, … pero
no adorar a Dios, es lo propio del no
autosuficiente. Es sentir que tu vida quiere respetar su evangelio. Es
buscarle, aunque sin atraparle nunca. Es
lanzarte tras sus huellas. Es reconocer –aun con tantas preguntas como tenemos-
que Él puede darnos respuestas. Es tomártelo en serio. Y lo sorprendente es que hacerlo
nos abre las puertas a una vida más humana.
No podemos
menos que adorar pues tenemos alguien especial a quien amar, alguien divino a
quien cuidar.