Aunque Francisco animaba con todo su empeño a los hermanos a
llevar una vida pobre, sin embargo, no era partidario de una severidad
intransigente, es decir una vida sin misericordia. Prueba de ello es el
siguiente hecho.
Cierta noche, un hermano que ayunaba hacía varios días, se
sintió atormentado con un hambre tan terrible, que no podía dormir. Dándose
cuenta San Francisco, llamó al hermano, le preparó la mesa con alimentos y
-para evitarle toda posible vergüenza- comenzó él mismo a comer primero,
invitándole dulcemente al hermano a que también él comiera.
Venció
el hermano su vergüenza y tomó el alimento necesario, sintiéndose muy
confortado. A la mañana siguiente, Francisco, llamó a sus hermanos y les contó
lo sucedido aquella noche, añadiéndoles esta prudente recomendación: «Hermanos,
que os sirva de ejemplo, en este caso, no tanto el alimento, sino el amor». Leyenda Mayor 5,7