“Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en
medio de todas las cosas que padecen, conservan, por el amor de nuestro Señor
Jesucristo, la paz de alma y cuerpo” (Adm 15). Francisco sufrió por enfermedades físicas,
por incomprensiones de los hermanos, por falta de luz en los ojos y necesidad
de consuelo en el corazón. Llegó al fin de su vida enfermo, dolorido, llagado,
pero llegó pacificado.
El inicio de la
conversión de Francisco estuvo marcado por el encuentro con el leproso y el encuentro
con el Crucificado, el sufrimiento del hombre y el sufrimiento del Señor Jesús.
Ambos misteriosos y ambos unidos para siempre. Compartir el sufrimiento de los
pobres le adentró en las llagas de Jesucristo, y contemplar las llagas de
Jesucristo le acercó a los que sufrían. Francisco terminó estigmatizado,
participando de la pasión y del amor del crucificado para compartir así su
plenitud de vida.
“Bienaventurados aquellos que las sufren (la
enfermedad y tribulación) en paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán” (Cant
11). Marcado por
Jesucristo, en el Cántico de las
criaturas proclama su gran certeza: Dios es el “Altísimo, omnipotente, buen Señor”. La bondad de Dios es más fuerte
que todo mal y dolor; su amor lo sostiene todo y lo encamina todo hacia la
plenitud. Por ello, Francisco mantiene el canto aun en la enfermedad y la
alabanza aun en el dolor. En la
fragilidad y debilidad de Francisco se realiza la fuerza de Dios.
(Red Asís. Carta de Asís #42)