Queremos solucionar los males del
mundo, o arreglar los problemas más cercanos, queremos abarcarlo todo, y en
ocasiones nos sentimos con fuerza creyendo que lo podemos todo. Tanto afán,
tanta lucha, tanta pretensión nos hacen sentirnos vivos, pero con el tiempo la
sensación de límite se impone...
Si la vida es tan corta y tan
pequeña ¿Tiene sentido entregarla para los otros, sufrir con los
otros?...¿Sirve para algo que nos duela el sufrimiento de las
personas, si lo que podemos hacer es tan poco?...
Hay que aprender a descansar también
de nuestras grandes pretensiones poniéndonos en manos de Aquel que nos ama
incondicionalmente. Y así saber que “la esperanza es la seguridad de
que tiene sentido lo que hacemos sin preocuparnos de los resultados”. Aprender
a centrar la lucha diaria en la más alta esperanza, desde la más modesta
pretensión.
Si no centramos la vida en
lo que de verdad importa, acaba doliéndonos todo. Hay que seguir, hacer
lo que podemos, lo que debemos, sabiendo que nada está en nuestras manos. La
confianza en el amor insondable de Dios nos libera de la ansiedad y la angustia
de nuestras pretensiones.