Una mañana, acompañando a su
madre, llegó el niño al recinto sagrado.
Aquello era desolación: altares calcinados, imágenes mutiladas, sagrario
desportillado, escombros …
Algo, sin embargo, se había
salvado: una vidriera. Una vidriera que, herida por el sol, abría el abanico
mágico de sus mil colores. El niño preguntó:
- Mamá, y aquel hombre que
está arriba vestido de colores, ¿quién es?
- Un santo. Respondió la
madre.
Pasaron los años. En una
tertulia de amigos, no sé dónde, no sé quién, lanzó esta pregunta: “¿Qué es un
santo?”
El niño de otros tiempos,
hombre ya maduro, revolviendo en el arcón de sus recuerdos, dijo: “Un santo es el hombre que está
muy alto y que deja pasar la luz”.
Bellísima definición del
cristiano. “Brille vuestra luz ante los hombres, de tal manera que vean
vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestras Padre del Cielo”.
Hoy a dejar pasar la luz!!.